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LA HISTORIA DEL CLUB

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ASCENSO A 2ªB

Tras dos intentonas fallidas, el Rayo Majadahonda quería hacer bueno el popu­lar refrán: "A la tercera va la vencida". Tenía como objetivo el ascenso a Segunda B y para ello dejó el proyecto deportivo en manos de José Miguel Polo, un entrena­dor que llegaba avalado por grandes temporadas en otros equipos de la categoría y que tenía la experiencia que demandaba un equipo con el cartel de gran favori­to. El listón, que le habían dejado sus dos antecesores en el cargo, no podía ser más elevado.

La temporada 96/97 se inició, como ya era costumbre, con la disputa en sep­tiembre del Trofeo Ciudad de Majadahonda. Esta vez con la visita del Real Madrid B. Un partido en el que se anunció la presencia de cinco de los integrantes de la primera plantilla, Chendo, Alvaro, Guti, Petrovic y Fernando Sanz, para reforzar al fi­lial y como una forma de Fabio Capello de pasarles factura por su bajo rendimiento. Finamente, el entrenador italiano decidió no llevar a cabo ese castigo y dejó al par­tido sin esos jugadores. A pesar de ello, el encuentro resultó brillante y se recordará por el debut goleador en España del joven Esteban Cambiasso. Él sólo se encargó de dar la vuelta a un partido que el Rayo dominaba por 2-1 pero terminó ganando el Real Madrid B por 2-4 y con tres goles del jugador argentino.

Con la misma base que en las últimas temporadas, y tan sólo tres ausencias re­levantes (Higuera, Jorge y Méndez), pero bien cubiertas con las nuevas incorpora­ciones, José Miguel Polo comenzó a trabajar en septiembre con un equipo de tan so­lo veinte jugadores, dispuesto a lograr todos los objetivos. Y no comenzó mal. En la quinta jornada, tras derrotar al Colmenar en La Corredera, el Rayo se situó líder. Cua­tro victorias y un empate le sirvieron para comandar el grupo, pero sin embargo su juego en esos partidos, aún ganándolos, distaba mucho de corresponderse con un equipo llamado a liderar el grupo.

Tanto es así que el Rayo comenzó a sufrir un peligroso bajón en cuanto a resulta­dos. El otrora líder llegó al campo del Coslada en la jornada 14 en el décimo lugar y lo que es peor en una peligrosa cuesta abajo. José Miguel Polo, en una decisión va­liente, llegó a un acuerdo con la Junta Directiva para abandonar el equipo. El entre­nador salía así del Club y dejaba la puerta abierta para el regreso de Antonio Iriondo. El entonces Director Técnico de la Escuela comenzaba su segunda etapa como entre­nador del Rayo. Lo hacía de forma provisional y sólo si los resultados acompañaban en las primeras jornadas continuaría. De lo contrario se buscaría otro entrenador para no "quemar" a un hombre del Club. Pero no fue necesario. Antonio Iriondo supo recom­poner la nave. Los tres primeros partidos bajo su cargo se saldaron con dos derrotas y un empate. El equipo tocó fondo en la jornada decimoséptima, deambulando por la decimotercera plaza más cerca del descenso que de sus objetivos de principio de tem­porada. Todos esos números cambiaron con la llegada de la segunda vuelta.

Cuando el Rayo Majadahonda vence en El Soto al Móstoles, el pesimismo se con­vierte en optimismo. El equipo volvía a poner rumbo a los puestos de cabeza y lo que es más importante, gracias a una apuesta por el buen fútbol. Ya en la jornada 30 el Rayo alcanza la cuarta posición, que daba derecho al play off y parecía dispuesto a todo, incluso hasta revalidar el título.

 

Entre medias de estos buenos resultados, la Junta Directiva comienza sus primeros con­tactos con el Atlético de Madrid. El interés del club rojiblanco, Ayuntamiento de Majadahonda y CF Rayo Majadahonda en firmar un acuerdo de colaboración beneficioso para las tres par­tes comienza a fraguarse en los despachos, mientras que el equipo ganaba en el campo.

A falta de dos jornadas para el final cinco clubes se jugaban la liguilla de ascenso y el tí­tulo. Entre el Santa Ana, primero con 72 puntos y el Sanse, quinto con 68, estaban Alcalá, Ma­jadahonda y Leganés B. En la penúltima jornada, el Rayo derrotó al Parla y se puso líder de ca­ra a la última jornada. Además, ese liderato conllevaba, según rumores luego confirmados con el reglamento federativo, el ascenso matemático si como se preveía el descenso de Se­gunda A del Real Madrid B arrastraba al Real Madrid C a Tercera. La plaza vacante en Segun­da B estaría ocupada la siguiente temporada por el campeón del grupo Vil de Tercera.

Este título y ascenso se celebró en el mágico partido de Orcasitas. Una mañana inolvidable en la que los locales se jugaban el descenso de categoría, se revalidó el título de campeón y con ello el Rayo jugó sin la confirmación oficial de su ascenso, que llegó ya en el mes de junio cuando el equipo no lo había conseguido mediante la liguilla. Fue la Real Federación Española de Fútbol, quién en aplicación del Reglamento, decidía que el Rayo Majadahonda 97/98 sería equipo de Segunda División B. Pero todo el asunto y la tardanza en la confirmación le hizo perder concen­tración y nunca estuvo a gusto en una liguilla en la que tampoco deportivamente alcanzó buenos resultados, sólo superando al Viveiro. Se aseguraba el ascenso antes incluso de disputar la liguilla. En aquel partido, el Rayo formó con: Mejías, Ralf, Pablos, Campos, Del Rey; Juan Carlos, Alberto, Ballester, Arroyo; Cacho e Infantes. Un equipo histórico para una fecha histórica. Ya se había fraguado el acuerdo con el Ayuntamiento y el Atlético de Madrid, por lo que en la Junta Directiva se era consciente de que era el mejor mo­mento para dar el salto de categoría. Sin embargo, a pesar de que el ascenso era un hecho, el club tenía que jugar el playoff como campeón del grupo Vil y lo hizo ante el Viveiro, Palencia y, otra vez, el Caudal de Mieres.

A la finalización de esa temporada, al igual que ocurriera en los principios del Club, el equi­po consiguió formalizar la inscripción federativa de un filial en categoría Regional, concretamente en Primera Regional. El Rayo Majadahonda B comenzaba su andadura a sabiendas de la impor­tancia de su labor como equipo puente entre la cantera y la primera formación del Club.

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CONVENIO CON EL ATLÉTICO DE MADRID

Rayo Majadahonda y Atlético de Madrid caminan de la mano desde el final de la temporada 96/97, aunque el acuerdo no se hizo efectivo hasta la temporada si­guiente. Un Convenio de colaboración que se vio modificado, además, al comienzo de la campaña 00/01 y que, día a día, demuestra ser ventajoso para ambas institu­ciones.

Todo empezó con la construcción del Cerro del Espino. La calidad de la instala­ción llamó la atención en el fútbol de Madrid y más en concreto a la directiva roji­blanca. El equipo había sido invitado a la inauguración oficial y desde ese mismo día comenzó a fraguarse la idea de que Majadahonda podía ser el municipio donde ins­talar su Ciudad Deportiva. En aquella época el Atlético de Madrid carecía de una ins­talación en la que desarrollar su proyecto de cantera y el Cerro del Espino podía ser la ubicación idónea, después de que en otras localidades como Getafe el proyecto no había salido adelante.

El primer paso en esta relación se produce sin la presencia de nuestro Club. El Atlético de Madrid pide al Ayuntamiento de Majadahonda una cesión administra­tiva por cincuenta años, algo que era completamente imposible debido a que ésta correspondía al Rayo Majadahonda, de cuatro en cuatro temporadas.

Esta circunstancia y la buena labor de acercamiento que nuestro vicepresidente Carlos Ballester ya había iniciado a nivel de despachos, posibilitó que la negociación abierta entre Atlético y Consistorio Municipal se ampliase con la entrada en las ne­gociaciones del Rayo Majadahonda.

 

Ei primer contacto oficial entre ambas Jun­tas Directivas se produce en el Vicente Calde­rón, con una entrevista personal entre Miguel Angel Gil Marín, Director General del Atlético de Madrid, y Carlos Ballester. Tras esta primera toma de contacto, en la que se habla ya del in­terés de ambos clubes por llegar a un acuerdo de colaboración, llega una segunda cita en la que se incorpora el presidente del Rayo Maja­dahonda, Enrique Vedla. En esta reunión las partes alcanzan un principio de acuerdo, que posteriormente tomaría cuerpo con la firma del Convenio entre las tres instituciones. Esto ocurre el 13 de mayo de 1997. Este contrato, una vez firmado, es presentado para su ratificación en la Asamblea de Socios en septiembre de 1997 y ratificado por mayoría absoluta. Comenzaba así la estrecha vinculación entre los dos clubes.

 

En este primer Convenio se estipulaba que el equipo rojiblanco tenía que Inver­tir unos 600 millones de pesetas en el Complejo Deportivo, haciéndose cargo de los gastos de gestión y mantenimiento de las Instalación del Cerro del Espino, algo que suponía una ventaja para las arcas municipales. El Atlético de Madrid se com­prometía a mejorar el complejo: ampliación de la capacidad del campo principal, re- modelación de vestuarios, construcción de cuatro campos de hierba y tres más de tierra, una residencia de jugadores y un nuevo módulo de oficinas. Además, en el proyecto de mejora se contemplaba la urbanización del aparcamiento y los accesos al campo. A cambio de ello, recibiría la cesión por 50 años de los 60.000 metros cua­drados necesarios para la construcción de su anhelada Ciudad Deportiva, que toda­vía se encuentra en proceso y con algunas obras pendientes. En este proyecto ini­cial se preveía que los tres campos de tierra sirvieran para que la Escuela del Rayo Majadahonda desarrollara en ellos su trabajo, pero éstos nunca llegaron a construirse. Unas quejas de grupos ecologistas, al considerar que dichos campos Iban a signifi­car un trastorno medio ambiental, tiraron por tierra lo pensado en un principio y modificaron la Instalación.

Este hecho obligó a cambiar lo acordado y a la creación del Complejo Municipal de La Oliva, en unos terrenos situados a unos 200 metros del Cerro del Espino y cuya construcción corrió a cargo del Atlético de Madrid. Fue una situación difícil, debido nuevamente a lo complicado del terreno, pero necesaria para que la Escue­la del Rayo Majadahonda tuviera un sitio donde mantener su trabajo con Indepen­dencia del Atlético de Madrid y sus propias categorías inferiores. Trabajar juntos y con ayudas, pero de forma independiente.

Otro de los acuerdos alcanzados fue llevar, rápidamente, al ampliado Cerro del Espino los encuentros del filial del Atlético. Un equipo que militaba en Segunda División A y que posibilitó que desde la temporada 98/99 el Cerro del Espino fuera escenario de partidos de fútbol pro­fesional. Circunstancia que posibilitó a los socios del Rayo Majadahonda ver pa­sar de forma gratuita, en nuestro municipio y en nuestro campo, a equipos de gran solera en el fútbol nacional.

La unión conllevó, además, una serle de contraprestaciones en las que nuestro Club salía beneficiado, no sólo por el apoyo Institucional y económico de una enti­dad como la rojiblanca, sino también por la solvencia que el acuerdo garantizaba al Rayo Majadahonda para su continuidad como un equipo con aspiraciones dentro de la Comunidad de Madrid y el fútbol madrileño.

Además, este apoyo no conlleva ningún tipo de relación filial. Es decir, ambas Ins­tituciones mantienen su independencia y se ubican como clubes completamente se­parados y distintos, solamente ligados por un contrato de colaboración económico y deportivo ventajoso tanto para el Atlético de Madrid como para el Rayo Majadahonda.

Una modificación importante de estas contraprestaciones derivadas del primer Convenio llegó al finalizar la temporada 1999/2000. En ese momento la Junta Di­rectiva del Club volvió a renegociar las bases del acuerdo con la entidad rojiblanca, en pos de conseguir una mayor colaboración deportiva para con el primer equipo. De esta forma, la gran mayoría de los jugadores que en años posteriores jugaron con la pri­mera formación del Rayo Majadahonda tenían como procedencia la cantera del Atlé­tico de Madrid.

La buena relación entre ambas entidades consiguió que el Rayo Majadahonda, aun manteniendo su Identidad propia como Club, estuviera de alguna forma den­tro del Organigrama Deportivo del Atlético de Madrid en lo que a la cuestión pira­midal de categorías inferiores hace referencia. Esta nueva situación no sólo permi­te un desahogo económico, sino que también garantiza un nivel deportivo con as­piraciones temporada tras temporada.

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EL CERRO DEL ESPINO

El Cerro del Espino marca sin duda la historia del Rayo Majadahonda. Desde su creación hasta el estado actual del terreno de juego y los campos aledaños han pasado muchas cosas, que se merecían un capítulo aparte. Y es que nunca un club fue tan ligado a un terreno de juego como el Rayo Majadahonda.

El nombre del Cerro del Espino le viene dado por como eran conocidos antigua­mente los terrenos en los que se ubica, en la antigua carretera de Majadahonda a Pozuelo. Un cerro, que cuenta con una de las mejores vistas de Madrid desde la zo­na noroeste, en el que los majariegos tienen su, ya conocido en toda España, cam­po de fútbol. Este ha sido el lugar donde se ha desarrollado la historia del Rayo Ma­jadahonda como club federado. Y aunque también hubo historia en los primeros años donde se jugó en diversos campos por el pueblo (La Laguna, Puerta de Madrid, Las Villas o Mapfre), no es sino en 1976, cuando se decide acondicionar y vallar el terreno de juego del Cerro del Espino. Es el momento en que el Rayo Majadahonda comienza su andadura como club federado.

El requisito imprescindible de la Federación era que el equipo local dispusiera de un campo vallado donde poder jugar sus encuentros. Unas láminas de madera al­rededor del terreno de juego y unas casetas blancas que hacían las veces de ves­tuarios fueron suficientes para empezar a rodar. El campo, por aquel entonces, ya estaba rodeado por una barandilla que limitaba los márgenes reglamentarios.

Dicen los que jugaron allí, que el terreno original estaba muy inclinado y que cos­tó lo suyo equilibrarlo debidamente. A pesar de que el topógrafo del Ayuntamiento trabajó duro para que aquel terreno lleno de retamas cuadrara como campo de fút­bol y el equipo se pudiera asentar de una vez por todas en un campo propio. Fue en la temporada 75/76.

Aún con ello, las lluvias y la falta de una tribuna pro­vocaron las primeras quejas durante los años iniciales, así como la ausencia de una torreta de luz eléctrica que el Ayuntamiento se negaba a poner y sin la cual no se podía llevar a cabo los entrenamientos. Comenzaba de esa ma­nera el tira y afloja con los responsables municipales. Ha­bía instalación, pero ¿quién se encargaba de mejorarla?

Al iniciarse la década de los 80 llegó la torreta eléctri­ca, que fue acompañada de pequeñas mejoras siempre re­alizadas por los socios, directivos y simpatizantes del Club.

Nadie tenía reparos en tomar la carretilla si era necesario o cavar una zanja para cualquier menester. Ayudar al club de forma desinteresada trabajando los fines de semana en el Cerro del Espino llegó a convertirse en cita obligada. Las labores más complicadas o eran realizados por el Ayunta­miento o bien los amigos del Club se veían obligados a ha­cerlas por precios módicos o de forma altruista. Así, por ejemplo, se construyó un foso obligatorio para los vestua­rios o una valla de sujeción tras la portería norte.

 

El fútbol en Majadahonda iba creciendo y al subir a Tercera División la instalación em­pezaba a quedar en evidencia. El partido del ascenso frente al Móstoles marcó la decisión definitiva por parte del Ayuntamiento de construir una grada. Se hizo sitio en uno de los laterales del campo -delante del vetusto depósito de agua y los antiguos vestuarios- para poder ubicar una grada con capacidad para 1.000 personas, que en un principio no fue cubierta pero que un año después se re­modeló para que, al menos, protegiera a los espectadores de las frecuentes lluvias. Tam­bién al cubrir la tribuna se elevó una pequeña torreta de prensa, justo detrás de la portería norte, y un local para las oficinas del Club, donde anteriormente se habían ubicado los vestuarios que pasaban a estar en la esqui­na sur del campo.

Eran pequeñas, pero importantes remodelaciones para un equipo que se quería con­solidar en Tercera División y que representaba a un municipio en constante crecimiento, no sólo de población sino también urbanístico. Con la llegada de las oficinas al Cerro del Espino, el club cambió también muchas costumbres. Hasta esa temporada 87/88, el Ra­yo se había visto obligado a abrir sus oficinas de manera temporal en la calle Doctor Fle­ming, 2. Éstas se inauguraron cuando el equipo ascendió a Tercera, poniendo fin de esta manera a las reuniones en el Bar Casa Mariano. Este establecimiento había sido hasta esa fecha, la sede de nuestro Club de una manera desinteresada. Allí se fraguó buena parte de la Historia del Rayo Majadahonda.

Con las mejoras en el campo y ya bajo la presidencia de Enrique Vedia se comenzó a explotar lo que en aquel entonces parecía el maná para los clubes modestos: la publici­dad exterior. El acuerdo con el Ayuntamiento para el permiso de la colocación de grandes vallas en el exterior del campo resultó una importante fuente de recursos para el Club, que por fin podía sacar partido económico a la ya vetusta instalación. Y es que el crecimien­to de Majadahonda y los pueblos vecinos continuaba y el mejor equipo de fútbol de la zo­na arrancaba los años 90 en una de las peores instalaciones y muy lejos de lo que se le su­ponía a una ciudad como Majadahonda.

Con la década de los noventa bien iniciada, el equipo comenzó a prosperar deportiva­mente. Y siempre en la mente de los socios, aficionados y Junta Directiva existía el pero de la instalación. Así después de muchos proyectos y una larga espera, que a más de uno se le hizo eterna, el Rayo Majadahonda abandonaba en enero de 1994 el Cerro del Espi­no para dar comienzo a unas obras, que terminarían con una nueva instalación.

Fue una etapa larga y de transición. El primer equipo jugó en Las Rozas, peregrinó pa­ra entrenar, cero tuvo su final feliz con el nuevo Cerro del Espino. Un campo moderno que rápidamente llamó la atención por su diseño y que ya sí era acorde con el equipo. El terre­no de juego pasaba a ser de césped y además se Inauguraban dos campos de tierra, anexos al principal, pero con vestuarios independien­tes para que la Escuela pudiera desarrollar có­modamente su trabajo.

La Instalación se inauguraba oficialmente contra el Atlético de Madrid en septiembre de 1994, pero antes ya había servido para cele­brar los primeros éxitos deportivos con la pri­mera clasificación para el play off de ascenso a Segunda B.

Tanto llamó la atención el nuevo campo, que muy pronto apenas dos temporadas de su es­treno el Atlético de Madrid preguntó por la po­sibilidad de ampliar la Instalación para construir su Ciudad Deportiva en Majadahonda. Comen­zaba la relación con el club rojiblanco que iba a trasformar de nuevo el Cerro del Espino, que en la actualidad todavía se encuentra en fase de construcción. Mucho más modernizado que en­tonces y con mayores servicios.

Si bien el primer equipo juega sus partidos oficiales en el campo principal del Cerro del Espino -coincidiendo con el filial del Atlético de Madrid y el Atlético Féminsa- la Escuela y las formaciones de cantera lo hacen en una nueva Instalación. El Muni­cipal de La Oliva, un complejo deportivo que fue construido por el Atlético de Madrid en unos terrenos anexos al Cerro del Espino, con el fin de que la Escuela Municipal de Fútbol del Rayo Majadahonda desarrollara su labor de cantera.

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